30 de mayo de 2008

Dios paciente, misericordioso y fiel.


I. Lectura del Antiguo Testamento

“Moisés labró dos losas de piedra como las primeras, madrugó y subió al amanecer al monte Sinaí, según la orden del Señor, llevando en la mano las dos losas de piedra. El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor. El Señor pasó ante él proclamando: El Señor, el Señor, el Dios compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel, que conserva la misericordia hasta la milésima generación, que perdona culpas, delitos y pecados, aunque no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos, nietos y bisnietos. Moisés, al momento, se inclinó y se echó por tierra. Y le dijo: Si gozo de tu favor, venga mi Señor con nosotros, aunque seamos un pueblo testarudo; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya.” N. B. E.

Éxodo 34: 4- 9.

II. Lectura del Nuevo Testamento

“Dios amó tanto a la gente de este mundo, que me entregó a mí, que soy su único Hijo, para que todo el que crea en mí no muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no me envió a este mundo para condenar a la gente, sino para salvarla. El que cree en mí, que soy el Hijo de Dios, no será condenado por Dios. Pero el que no cree ya ha sido condenado, precisamente por no haber creído en el Hijo único de Dios.”

Según Juan 3: 16- 18.

III. Comentario pastoral

El concepto Éxodo, forma latinizada de “éxodos” señala todo un acontecimiento en forma progresiva, motivado por sujetos; y, éstos, inspirados por una Divinidad. No es fácil dejar la tierra donde hemos hundido nuestras raíces aún cuando ésta, no sea la tierra que nos haya visto nacer; no es fácil aceptar una propuesta de salida, sobre todo, si en el lugar en que nos encontramos hay comida y un espacio de habitación familiar

Viendo, desde el ahora, retrospectivamente, nos informamos de un cúmulo de salidas, suscitadas en los cuatro puntos cardinales y justificadas por causas, sueños, aspiraciones y ambiciones en un mundo mejor.

La vida como tal, es un entrar y un salir permanente, alcanzar horizontes para vislumbrar nuevos horizontes. Hay salidas difíciles, desafiantes e indispensables en la vida; sobre todo, porque son “un paso a la libertad, al disfrute de los derechos universales y a la plenificación de la dignidad humana”; ejemplo de esas salidas, encontramos en el Éxodo, libro que relata la salida de los israelitas de Egipto.

Según el Éxodo, Dios ve la aflicción del pueblo, y se dispone a caminar por delante, por detrás y al lado de ellos, asumiendo misiones específicas como: liberador de esclavos, luchador social contra una de las potencias de su época (Egipto) y abogado1 del derecho del pueblo sin derecho en Egipto. El Dios de la justicia actúa en Moisés, Aarón, María, la profetisa, hermana de Aarón y en muchos hombres y mujeres anónimos, amantes de la justicia y la libertad; a través de ellos y ellas es como Dios libera a los israelitas de la esclavitud egipcia.

El Faraón egipcio se resiste en dejar salir a los israelitas. Después de varios intentos fallidos, el pueblo logra salir e iniciar el camino a la libertad. Lógicamente, ese camino a la libertad es desafiante; requiere remar contracorriente, avanzar en medio de los obstáculos y necesidades. Al respecto, comenta Luis Alonso Schökel: “El último acto (del éxodo) se desenvuelve en un escenario cósmico: un desierto hostil que se dilata a la espalda, un agua amenazadora que cierra el paso al frente, un viento aliado que cumple las órdenes de Dios. En la batalla cósmica se consuma la derrota de un ejército prepotente y la salvación de un pueblo inerme…Estos capítulos (del éxodo) se clavan en la memoria del pueblo, convirtiéndose en modelo o patrón de sucesivas liberaciones.”2

Los israelitas que abrazaron la propuesta de liberación vieron la mano de Dios magnífica y lo que hizo a los egipcios en el Mar Rojo, por lo que temieron a Dios y decidieron fiarse de Él y de Moisés, su siervo. Al otro lado del Mar Rojo, los israelitas cantaron: “Cantaré al Señor, sublime es su victoria, caballos y carro ha arrojado en el mar. Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación. Él es mi Dios: yo lo alabaré; el Dios de mis padres: yo lo ensalzaré. El Señor es un guerrero, su nombre es el Señor……..”3

Los perseguidores de los israelitas habían perecido en el camino por intervención Divina. Ahora, era necesario continuar el camino a la tierra prometida. Llegar a ese punto geográfico implicaba atravesar el desierto, lugar desamparado e inhóspito donde el pueblo es puesto a prueba para templar el aguante y precisar esa rendija de esperanza más allá del desierto. La falta de comida y agua fue más que suficiente para que el pueblo altercara contra Moisés; éste, consulta con confianza y esperanza en su Dios, y Él se hace presente en el maná y en el agua que sale de la roca. En el desierto los israelitas se encuentran verdaderamente con Dios y lo conciben como El que camina con ellos guiando cada uno de sus pasos, protegiéndolos de sus adversarios en el camino, supliendo sus necesidades básicas y dándoles un Código de leyes referentes a la vida cúltica y a la vida social. En ausencia de Moisés4, el pueblo olvidó lo que antes había dicho al conocer los preceptos de Dios: “Haremos todo lo que manda el Señor y obedeceremos”, y dijeron a Aarón: “Anda, haznos un dios que vaya delante de nosotros; pues a ese Moisés que nos sacó de Egipto no sabemos qué le ha pasado.” Inmediatamente Dios le dice a Moisés: “Baja del Monte, que se ha pervertido tu pueblo. Se han desviado del camino que yo les había señalado.” Moisés bajó con las tablas de la ley y al acercarse al campamento y ver lo que estaba pasando, enfurecido, tiró las tablas de la ley y las rompió. Después de este incidente, Moisés intercedió por el pueblo ante Dios y tomó la decisión de levantar una tienda que él denominó “Tienda del encuentro”, y una vez más le pide a Dios que le enseñe el camino que ha de seguir con todo el pueblo.

Con este breve recorrido histórico llegamos al capítulo 34 de Éxodo donde se hace alusión a la Nueva alianza o renovación del pacto de Dios con su pueblo. En los primeros tres versículos leemos la ordenanza de Dios a Moisés: lábrate dos losas de piedra como las primeras: yo escribiré en ellas los mandamientos que había en las primeras, las que tú rompiste. Mañana subirás al monte Sinaí5 y espérame allí, en la cima del monte.

Los versículos 4 al 9 relatan la obediencia de Moisés puntualizando tres momentos sucesivos y articulados:

Subió al monte Sinaí según lo ordenado por Dios.

El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí.

Moisés, al momento, se inclinó y se echó por tierra.


En los capítulos 19 y 24 vemos que Dios le pide a Moisés subir al Sinaí para darle las losas de piedra con la ley y los mandatos para instruir al pueblo. En el capítulo 34 leemos que Dios le pide a Moisés subir nuevamente al Sinaí, ya no para darle las losas de piedra, sino para escribir en dos losas de piedra que Moisés tenía que prepararlas y cargarlas hasta la cima del Sinaí, probablemente para recordarle que no debió haber roto las que Dios hizo anteriormente. A diferencia del capítulo 24 que dice “cuando Moisés subió al monte, la nube lo cubría, y la gloria del Señor descansaba sobre el monte Sinaí” el capítulo 34 dice que “el Señor bajó en la nube y se quedó con Moisés en el Sinaí”. El encuentro de Dios con Moisés en el Sinaí tiene sus particularidades: Moisés pronunció el nombre del Señor de acuerdo a la experiencia vivida en ese encuentro, el Señor pasó ante él autoproclamando su ser y quehacer: El Señor, el Señor, el Dios compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel, que conserva la misericordia6, que perdona culpas y castiga.

La auto- proclamación del ser7 y quehacer8 de Dios tiene como trasfondo la actitud de desobediencia de los israelitas cuando Moisés se ausentó de ellos. En medio de las infidelidades del pueblo, Dios permanece fiel a sus promesas y se revela misericordioso, clemente y compasivo.

La fórmula auto- afirmativa de Dios de los versículos 6 y 7 deriva probablemente de tiempos de Exequias. En tiempos difíciles fue una fuente de aliento tanto la misericordia de Yavé como su firmeza en enjuiciar a los injustos.9

De los conceptos inmersos en la auto- afirmación del ser y quehacer de Dios, comentamos únicamente dos, considerando que los demás son sinónimos de los comentados.

La noción de misericordia evoca el seno materno, y por consiguiente el movimiento interior y las emociones que siente la mujer. Es un concepto que nos recuerda el amor- afecto que la mujer siente por su hijo o hija. Esto nos lleva a imaginarnos lo que siente Dios por sus hijos e hijas sin importarle las equivocaciones de éstos en el camino de la vida.

El concepto amor (hesed) pertenece al lenguaje típico de la alianza y de las relaciones que se derivan de ella, y sirve para definir o cualificar las relaciones mutuas establecidas entre las partes de una alianza. Es un concepto polisémico, al igual que los demás; denota también gracia, bondad, ternura, fidelidad, gesto de asistencia.

La misericordia, asistencia y fidelidad de Dios es permanente; ningún gesto humano es capaz de transformarla. La actitud castigadora10 de Dios que encontramos en varios textos de la Biblia forma parte de la misericordia y bondad de Dios hacia los seres humanos.

En reacción a la auto- proclamación de Dios, Moisés, al momento, se inclinó y se echó por tierra. Y le dijo: Si gozo de tu favor, venga mi Señor con nosotros, aunque seamos un pueblo testarudo; perdona nuestras culpas y pecados, y tómanos como heredad tuya.

El Señor, había caminado con ellos. Nunca los abandonó. Las experiencias de crisis que vivieron en el camino tenían como propósito calar la solidez de su confianza y dependencia en el Dios Salvador. La presencia de Dios es manifiesta en todo el camino y de muchas maneras. No siempre como a los humanos nos gusta.

Lo relevante en el éxodo es la actitud misericordiosa de Dios, que cual Madre tierna, bondadosa y asistente, acompaña a sus hijos e hijas en el largo camino que tienen por delante.

Reynaú Omán S. Marroquín, México
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