Las visiones y misiones en sus inicios se sustentan con Dios mismo y su Espíritu Santo. Pero, .....
19 de octubre de 2018
LA ACTITUD DE JESÚS HACIA LA MUJER.
Su estadía en la tierra fue tan sólo de 33
años y medio. Su ministerio fue aun más breve: 3 años y medio. Sin embargo,
ninguna vida y enseñanza han impactado la historia de una forma tan
extraordinaria como la de Jesús.
Lo que él enseñó y lo que hizo, alteraron el
curso de la historia. Produjo tremendos cambios y continúa transformando la
vida de millones de personas alrededor del mundo.
Una faceta de la misión
de Jesús menos conocida pero digna de una revisión, es su actitud hacia la
mujer. Esto es particularmente importante a la luz de las prácticas y
costumbres de la época, en relación a las mujeres.
Romanos y griegos, judíos y gentiles, la
ubicaban en una posición de segundo rango. Herramientas útiles en una sociedad
dominada por el hombre: cocinar los alimentos, cuidar y criar niños y
desempeñar un rol limitado al interior de las paredes de sus casas. Casos
individuales de liderazgo y valentía ocurrieron de vez en cuando, tal como
ahora, pero lo que más imperaba era estar bajo el dominio del varón. Ellas
eran consideradas propiedad que era transferida desde el padre al esposo.
En un mundo como ese,
Jesús vino y abrió nuevas perspectivas de igualdad y dignidad. Se
opuso a las tradiciones humanas y guía a varones y mujeres de regreso al plan
original de Dios para la humanidad. Este artículo revisará brevemente la
actitud de Jesús hacia la mujer en su enseñanza y ministerio, en contraste con
el estatus de la mujer judía del primer siglo.
Estatus
de la mujer en la sociedad judía
Las sinagogas del primer
siglo llevaban registros sólo de varones.
Los niños y varones podían entrar a la
sinagoga para adorar, pero, había una reja que separaba el lugar destinado para
niñas y mujeres. La mujer no era tenida en cuenta en el quorum necesario para
comenzar la adoración.
Salvación.
La tradición mantenía que la mujer no tenía
derecho a la salvación por sus propios méritos. Sólo había esperanza para ellas
por la asociación con un judío piadoso. Las prostitutas eran desechadas por no
tener el amparo de un varón y las viudas tenían que haber estado casadas con un
judío virtuoso para gozar de este privilegio.
Trato en público.
Estaba prohibido que un varón hablase a una
mujer en público. Un rabino ignoraría a una mujer aún si ella pacientemente
persistiera por algún consejo espiritual urgente.
Condena por el pecado.
En una procesión funeraria, las mujeres
marchaban delante del féretro. Se suponía que eran causantes del pecado, por lo
tanto, iban adelante asumiendo la culpa. Los varones no sintiéndose culpables
de la muerte caminaban detrás del cuerpo.
Impureza.
Las mujeres eran consideradas ceremonial y
socialmente impuras durante su período menstrual. Durante ese tiempo, ellas
eran aisladas. Aún los miembros de la familia tenían prohibido acercársele para
no quedar contaminados.
Tener hijos, una clave
para ser valorada.
El valor de una mujer a los ojos de la
sociedad estaba ligado a su capacidad de tener hijos. La esterilidad era un
estigma social. El deber de la mujer era engendrar hijos varones que perdurasen
el nombre del padre.
Divorcio.
La iniciativa para proceder con un divorcio
era privilegio del varón, el cual podía ejercerlo basado en consideraciones que
en el presente podrían parecer frívolas e irrisorias.
Estatus legal.
La palabra de una mujer, en una corte, debía
ser refrendada por al menos tres varones; de otro modo no tenía validez.
Educación.
La mujer no podía asistir a la sinagoga para
estudiar; eso era considerado una pérdida de tiempo.
Religión.
En el templo, no podía estar cerca del lugar
santísimo. En tiempos de Jesús, había un patio especial para las mujeres,
localizado después del patio de los sacerdotes y los varones; estaba quince
escalones más abajo, indicando el estatus subordinado de la mujer.1
Una
actitud revolucionaria
Jesucristo no hizo una declaración explícita
en contra del sistema que sometía a la mujer en un estatus subordinado. Sin
embargo, fue elocuente con su vida. “En ninguno de sus hechos, ni de sus
sermones, ni en sus parábolas encontramos nada denigratorio sobre las mujeres,
algo que se podía encontrar fácilmente en sus contemporáneos”.2 Consideremos
algunos ejemplos que muestran el trato de Jesús hacia la mujer.
Jesús invitó a mujeres a
ser sus discípulas.
Jesús aceptó la
hospitalidad de mujeres y les enseñó.
Es famoso el ejemplo de la asociación de
Jesús con María, Marta y Lázaro. El Maestro encontró descanso y camaradería en
su hogar (Lucas 10: 38-42). Mientras que un rabino judío podría no mirar a una
mujer, Jesús no vaciló en hablarles a Marta y María en público o enseñarles las
grandes verdades acerca de la muerte y resurrección (ver Juan 11).
Para Jesús, mujeres y varones eran igualmente
importantes para llegar a aprender acerca de las buenas nuevas de su reino.
Para un tiempo en que se decía: “Es mejor quemar las palabras de la Tora que
encomendarlas al cuidado de una mujer”,4 Jesús indicó que, entre las elecciones
abiertas para la mujer, María había “elegido la mejor parte” la cual no le
sería quitada (Lucas 10:42), de ese modo indicó que la educación no debía ser
un monopolio de varones y que las mujeres estaban preparadas para tener las
mismas oportunidades educacionales.
Otro ejemplo de la actitud diferente de Jesús
hacia la mujer fue la revelación de su mesianismo a una mujer. En la
conversación más larga que registran los evangelios, Jesús le revela a la mujer
samaritana (Juan 4:4-42) algunas de las doctrinas más profundas del reino: La
naturaleza del pecado, el significado de la adoración verdadera, la
universalidad del perdón para los arrepentidos, la igualdad de todos los seres
humanos sea judíos o samaritanos. En una simple conversación con la mujer
samaritana, junto al pozo, Jesús destruyó dos prejuicios: el género y la raza.
Jesús reconoció que en la visión de Dios la
familia de Abraham incluye hijos e hijas. Sanando a una mujer inválida por
dieciocho años, Jesús la llamó, puso sus manos en ella y la definió suavemente
como “hija de Abraham” (Lucas 13:16). Usando esta designación, Jesús señalaba
en público que una mujer tenía los mismos derechos inherentes prometidos a
Abraham, y en la perspectiva de Dios esto era independiente de ser varón o
mujer.
En ninguna parte de la
Biblia se expresa que el varón tenga una ventaja sobre la mujer en términos de
acceso a la salvación. En oposición a dicho planteo la tradición rabínica
enseñaba que una mujer podría ser salva sólo en asociación con un judío
piadoso; Jesús invitó tanto a varones como a mujeres a volverse a Dios y
aceptar el don de la salvación.
En otro caso, la defensa y perdón de Cristo a
una mujer sorprendida en adulterio revela que su definición de pecado y la
provisión de salvación es igual para todos, independiente del género. Cuando
algunos líderes religiosos le traen a una mujer sorprendida en adulterio,
Cristo la defiende. Él sabía que los líderes judíos estaban haciendo la
acusación contra la mujer transgrediendo la ley de Moisés. La ley levítica
estipulaba que tanto el varón como la mujer debían ser juzgados en estos casos
(Levíticos 20:10), pero los críticos de Jesús trajeron sólo a la mujer y no al
varón involucrado en el acto. Además, la ley requería que hubiese al menos dos
testigos (Deuteronomio 19:15), pero los fariseos no traen a nadie. Cristo
responde no solo dándole a la acusada el beneficio de la ley, sino también
mostrando que el evangelio del perdón está abierto para todos, basado en el
arrepentimiento. En este contexto señala que “el que de vosotros esté sin
pecado sea el primero en arrojar la piedra” (Juan 8:7). En otras
palabras, Jesús les dice a los varones: si tienen valor para acusarla,
entonces, mírense primero a ustedes mismos en el espejo.
Jesús acepta que una
mujer pecadora lo unja.
Cuando Jesús estaba de invitado en la casa de
Simón en Betania, una mujer conocida en el pueblo por su pobre reputación se
acerca apresuradamente y unge los pies de Jesús. Los reunidos en el banquete,
incluyendo a sus discípulos, condenaron el incidente. ¿Como podía una mujer
pecadora tocar los pies del Mesías, decían ellos, y secar sus pies con sus
cabellos? ¡Una ofensa absoluta a las tradiciones religiosas! Los que estaban a
su alrededor no comprendían, y menos aún aceptaban, el acto de la mujer y la
actitud de Jesús al permitirle esa acción. Pero Jesús dijo que la mujer al
ungirlo había hecho algo hermoso, mostrando a las generaciones que vendrían,
que todos los pecadores podían estar seguros de la salvación al ir al Salvador
y dejar sus vidas a sus pies (Marcos 14:1-9; Lucas 7:36-50).
Jesús usó tanto a
varones como a mujeres para simbolizar los actos de salvación de Dios.
En Lucas 15 usa tres parábolas para ilustrar
la profundidad y eterna verdad de Dios buscando a la humanidad perdida.
Mientras que las parábolas de la oveja perdida y del hijo pródigo ilustran la
búsqueda de Dios mediante las figuras masculinas del pastor y del padre, la
parábola de la moneda perdida muestra a Dios a través de la cuidadosa y
persistente misión de una mujer que no descansa hasta que encuentra la moneda y
se regocija con sus amigas (Lucas 15:8-10). Para los oídos legalistas de aquel
tiempo esto debe haber sonado herético.
Jesús eleva a las
mujeres como las primeras testigos del evento más grande de la historia humana:
su resurrección.
La tradición rabínica consideraba a las
mujeres mentirosas por naturaleza; desprendían esta conclusión a partir de la
reacción de Sara frente al anuncio que tendría un hijo (Génesis 18:15). El
razonamiento era: ella mentía porque Dios siempre dice la verdad, por lo tanto
en ella todas las mujeres descendientes eran mentirosas.5 Ninguna mujer podía
dar testimonio. Pero, Jesús rechaza esta perversa tradición y elige a mujeres
como sus primeras testigos (Mateo 28:9-10) “haciéndolas no sólo las primeras
receptoras del mensaje más importante del cristianismo, sino también las
primeras predicadoras del mismo”.6 Jesús reprende a los discípulos que no
creyeron el testimonio de las mujeres (Marcos 16:11, 14), y entonces los
desafía a rechazar los prejuicios del pasado y caminar en la luz de su Reino,
el cual no discrimina entre varón o mujer.
Conclusión
En el relato bíblico de Cristo las mujeres
“no se muestran nunca discriminadas”.7 No hay nada que apoye la perspectiva
cultural y religiosa de su tiempo que mostraba a la mujer como inferior. Por el
contrario “las actitudes y el mensaje de Jesús significaron una ruptura con la
situación imperante”.8
Jesús “no se relacionó con las mujeres de
acuerdo con las normas del sistema patriarcal propio de su tiempo, ni participó
de un sistema que era, por definición, represivo para la mujer”.9 Abiertamente,
pero sin ostentación Jesús acabó con una tradición que negaba dignidad a la
mujer. A través de su ejemplo y enseñanza, Jesús reclamó para su reino las
bendiciones de su creación original, la igualdad de los dos géneros en la
perspectiva de Dios.
Autor: Miguel
Ángel Núñez
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