19 de marzo de 2012

Celos que matan - Versículo: 1 Samuel 18:7-9.




1 Samuel 18:7-9


18:7 y exclamaban con gran regocijo: Saúl destruyó a un ejército, ¡pero David aniquiló a diez!

18:8 Disgustado por lo que decían, Saúl se enfureció y protestó: A David le dan crédito por diez ejércitos, pero a mí por uno solo. ¡Lo único que falta es que le den el reino!

18:9 Y a partir de esa ocasión, Saúl empezó a mirar a David con recelo.


Un líder maduro no tiene temor a ser «opacado» por el ministerio de otro, sino que trabaja para que los demás avancen y alcancen su máximo potencial.

No hay en el pueblo de Dios figura más triste que la de un líder que tiene celos de los logros de sus seguidores. Tal persona siempre va a estar dominado por las sospechas y el miedo, e inevitablemente su ministerio sufrirá las consecuencias de estas actitudes.

La derrota de Goliat fue una gran victoria para los Israelitas, y el cántico de las mujeres no hacía más que proclamar lo que era evidente a los ojos de todo el pueblo. Paralizado por la indecisión y el temor, el rey Saúl no proveyó la dirección clara y decisiva que sus hombres necesitaban en ese momento. Fue David, joven pastor de Belén, que desplegó una actitud de coraje y valentía.

Note que en ningún momento David hizo alardes de sus proezas. Fue el pueblo el que proclamó su grandeza. Sin embargo, aún mientras la gente festejaba, el corazón del rey se llenó de ira. El historiador que registra este momento nos hace conocer una decisión nacida de esta experiencia: «desde aquel día Saúl no miró con buenos ojos a David».

Es en la reacción de un líder frente al éxito de otros que se ve su verdadera grandeza.

En esta frase está la clave del problema. Una vez que un líder ha permitido que los celos y la envidia se apoderen de su corazón, siempre verá negativamente el trabajo de los que están a su alrededor. Su juicio estará permanentemente oscurecido por la amargura de su propio corazón. En estas condiciones, gran parte de su tiempo estará enfocado en buscar la manera de descalificar la vida de los demás. Verá toda acción de sus seguidores como una amenaza para su propia posición.

Es en la reacción de un líder frente al éxito de otros que se ve su verdadera grandeza . Un líder maduro no tiene temor a ser «opacado» por el ministerio de otro, sino que trabaja para que los demás avancen y alcancen su máximo potencial en Cristo. Cómo un padre con sus hijos, no tiene mayor alegría que la de verlos prosperar en todo lo que hacen. Con espíritu de generosidad invierte en sus vidas, los anima, y hasta procura que ellos lo puedan superar, entendiendo que lo suyo no es la máxima expresión de grandeza posible.

Para pensar:

Note lo maravillosamente desinteresada que es la frase de Cristo a sus discípulos: «De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre.» Jn 14.20 El Mesías no definía grandeza por el tamaño de la obra, sino por la fidelidad en haber hecho lo que se le mandó hacer. En este sentido, el éxito de sus discípulos fue el testimonio fiel de que su propio labor había sido bien realizada.

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