4 de diciembre de 2008

La fuerza de la debilidad (I)

«Cuando soy débil, entonces soy fuerte»

«Mi gracia te es suficiente; porque mi poder se perfecciona en la debilidad»

El apóstol Pablo se vio afectado por un «aguijón», esto es, una forma de sufrimiento prolongado, intenso y que limitaba su ministerio. No sabemos con exactitud qué era esta espina, aunque todo apunta a una enfermedad crónica, posiblemente relacionada con la vista. En este escrito no vamos a centrarnos en el qué del aguijón, sino en cómo lo afrontó el apóstol, en especial cómo consiguió encontrar fuerzas en medio de su situación de sufrimiento.

La primera reacción de Pablo fue lógica y natural: le pide al Señor que le quite el aguijón. Ante una situación de sufrimiento es legítimo pedir que Dios lo elimine si es su voluntad. Hasta el Señor Jesús mismo pidió al Padre que «si es posible, pase esta copa de mi, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». Pablo oró «tres veces», expresión que no hay que tomar de forma literal sino que más bien significa «numerosas veces» tal como apuntan muchos comentaristas. Sin embargo, la respuesta a esta oración ferviente y prolongada no es la liberación, sino la provisión de lo necesario para vivir con gozo su situación de sufrimiento crónico. ¡Dios no le quita, le da! Esta idea es esencial para comprender cómo ve Dios nuestros aguijones. Para nosotros la «solución» consiste en eliminar el problema. La visión de Dios, sin embargo, es muy distinta: para él lo más importante no es la ausencia de sufrimiento, sino su presencia en medio de este sufrimiento y los recursos que tal presencia conlleva. ¿Cuáles son estos recursos?

La respuesta viene en dos frases, cada una de las cuales alude a sendos recursos para aceptar el aguijón: la gracia y el poder. De hecho, ambas están íntimamente relacionadas porque el poder -o fortaleza- es una consecuencia de la gracia. Observemos, ante todo, el énfasis del texto en el origen divino de ambos recursos. Lo que en español aparece como un simple adjetivo posesivo «mi», en el original es un genitivo cuya traducción literal sería: «el poder de mí» y la «gracia de mí», estructura gramatical que busca resaltar su procedencia. Este énfasis confirma nuestro argumento: hay unos recursos que trascienden la capacidad del ser humano, van más allá de cualquier técnica psicológica o de medidas sociales. Son los recursos que vienen de Dios y que sólo se consiguen a través de una experiencia espiritual.

Gracia: «Mi gracia te es suficiente»
Estamos ante una de las frases más luminosas de toda la Biblia. Esta afirmación, tan breve como poderosa, ha sido fuente de consuelo a miles de creyentes afligidos por debilidades y pruebas. Ahí tenemos el meollo de la lucha contra el aguijón. Ésta era la lección fundamental que Pablo necesitaba aprender. La palabra «gracia» se alza majestuosa en medio del pasaje cual clímax insuperable. Estamos aquí tocando la cúspide de la montaña. El sufrimiento crónico es un largo camino, tortuoso a veces, difícil. Pero ahora tenemos ante nuestros ojos el final del trayecto: «mi gracia», esta gracia que no es un frío concepto teológico, sino el poder de Dios operando de formas muy concretas en la persona y en sus circunstancias. La gracia nos lleva ante la majestad misma de Dios porque, como escribió Tomás de Aquino en la Summa Theologica, «la gracia es, ni más ni menos, que un cierto principio de gloria en nosotros».

Cabe preguntarse por qué Dios le responde a Pablo de forma tan escueta. ¿Qué pueden hacer cinco palabras ante tantos años de lucha interior, de sufrimiento inexplicable? Parece legítimo deducir que Dios, con su rotunda brevedad, quiere enfatizar que hay un solo camino para la victoria final ante el aguijón. Podemos parafrasear la frase de Jesús a Marta y aplicarla a la gracia: «afanado y turbado estás por el aguijón, pero una sola cosa es necesaria. Te basta mi gracia».

¿Qué significa, entonces, esta expresión «mi gracia te es suficiente»? Y, sobre todo, ¿cómo influye en la aceptación del aguijón? Tal como señalan algunos comentaristas, la palabra gracia aquí alude a «la ayuda del Espíritu Santo que viene como parte del favor inmerecido de Dios». Así pues, no estamos sólo ante el precioso don de Dios que un día nos salvó -la gracia salvífica- , sino ante el inmenso caudal de ayuda práctica que Dios nos proporciona cada día. La gracia es el conjunto de recursos sobrenaturales que vienen de Dios gratuitamente y que nos permiten luchar contra el aguijón con un poder divino. Ahí radica la diferencia esencial entre la persona creyente y la no creyente al afrontar el sufrimiento: en sus recursos. La situación de aguijón puede ser la misma, pero el creyente tiene unos medios de los que carece la persona sin una fe personal en Dios. Más adelante consideraremos estos valiosos instrumentos que la gracia contiene.

¿En qué sentido la gracia es suficiente? Pablo recibe justo lo necesario para que la aceptación sea «de buena gana» (2 Co. 12:9) y «con gozo» (2 Co. 12:10). No se trata de soportar el aguijón o de sobrevivir en medio de la prueba. Esta actitud no es suficiente. Mal asunto cuando aceptamos las espinas a regañadientes, sólo porque no hay más remedio. Dios no quiere esta aceptación forzada más cercana a la resignación estoica. El nivel de suficiencia que Dios pide es mucho más alto: Él no quiere hijos «gruñones», sino «más que vencedores» en expresión memorable de Pablo (Ro. 8:37).

Poder: «Porque mi poder se perfecciona en la debilidad»
La segunda frase viene introducida con un «porque». Se trata de una explicación que amplia la afirmación anterior. Probablemente Pablo -hombre que ya antes había sido transformado por la gracia divina en otras facetas de su vida- no necesitaba esta aclaración, ¡pero nosotros sí! El Señor no se limita a decirle que se conforme con su gracia, como si fuera una orden. La frase no está en imperativo: «te ordeno que...». Dios no es un déspota autoritario. Cual padre que busca no sólo consolar, sino también convencer, le ofrece un argumento poderoso. La persona en lucha con su aguijón necesita explicaciones que son imprescindibles para una aceptación genuina. Por ello la exhortación va acompañada de una explicación convincente: «mi poder se perfecciona en la debilidad». Aquí radica el secreto que nos ayuda a entender por qué la gracia de Dios nos basta. No es sorprendente que este pasaje se haya convertido en escudero inseparable y fuente de inspiración permanente para todos los que sufrimos a causa de un aguijón.
La gran paradoja: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte»
Por pura lógica, una debilidad es un obstáculo para cualquiera, una limitación. Así concebía Pablo su aguijón al principio. La lección que el apóstol debe aprender ahora es que Dios piensa exactamente al revés. No se trata sólo de que la espina no estorba al Todopoderoso, sino que precisamente es ahí -en la debilidad- donde el Señor puede manifestar su poder. Y aún es más, este poder divino se perfecciona, se hace «completo», en esta debilidad. Por ello Pablo afirma: «...por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades para que repose sobre mí el poder de Cristo» (2 Co. 12:9).

Nos ayuda a entender esta paradoja una ilustración que Jesús mismo utilizó. Él dijo de sí mismo «yo soy la luz del mundo... la luz en las tinieblas resplandece» (Jn. 8:12; Jn. 1:5). La luz de Cristo puede brillar con mucha más intensidad en mis momentos de oscuridad, en la penumbra del dolor. Es en «la noche oscura del alma», expresión usada por Juan de la Cruz y otros místicos españoles, que empezamos a comprender esta gran paradoja: en el túnel sombrío de mi aguijón -cuando soy débil- la luz de Cristo alcanza su máximo fulgor porque nada la enmascara. Entonces soy fuerte porque cuanto mayor es la oscuridad, tanto más brilla su luz.

En realidad, esta idea apunta a un tema trascendental que va mucho más allá del problema del aguijón. Contiene un principio vital en la relación del ser humano con su Creador. Un gran obstáculo para acercarse a Dios es sentirse fuerte, autosuficiente. Las fantasías de omnipotencia -el deseo de ser como Dios- han sido una constante en la historia de la humanidad desde que Adán y Eva fueron tentados y cayeron en este pecado de la autosuficiencia. La soberbia, una de las causas principales de nuestra rebeldía contra Dios, es un gran estorbo para la fe. ¿Por qué? Porque suele acentuarse cuando todo nos va bien en la vida, haciéndonos sentir «muy importantes». Si uno cree que es un semi-dios, entonces no hay lugar para el Dios verdadero en su corazón. Por el contrario, un sentimiento de debilidad, ya sea físico, moral o existencial suele ser terreno abonado para la fe en Dios y para que su poder se manifieste.

Por supuesto, no siempre es así. Encontramos notables ateos que sufrieron mucho, como Nietzsche, atormentado por el aguijón lacerante de una terrible enfermedad que le llevó a la locura. No obstante, detrás de la frase «yo no necesito a Dios» se esconde muchas veces el pecado de la iglesia de Laodicea: la soberbia. «Tú dices, Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; pero no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo» (Ap. 3:17).

¿Concluimos, entonces, que la fe es sólo para los débiles? O como decía el mismo Nietzsche, ¿«hay que estar suficientemente enfermo para hacerse cristiano»? Una respuesta completa a este tema escapa al propósito de este artículo. Vamos a intentar resumirla brevemente. Si entendemos por «débiles» a personas con poca capacidad intelectual, de inteligencia pobre, entonces la respuesta es claramente no. Hay ejemplos rutilantes en la Palabra de Dios y en la Historia de hombres y mujeres con un intelecto privilegiado, líderes destacados y brillantes en todas las áreas del conocimiento humano que han tenido una profunda fe en Dios. Pero en otro sentido, sí, la fe es para los débiles, para los que se sienten «pobres» -primera bienaventuranza- al contemplar su pequeñez y su miseria delante de la grandeza y la santidad de Dios. Jesús mismo nos lo aclara de forma rotunda cuando dice: «Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar justos, sino pecadores al arrepentimiento» (Lc. 5:31-32). ¿Quiénes son los débiles a los que va dirigido el Evangelio? Los que comprenden que son pecadores. Este tipo de debilidad moral y existencial es el reverso del orgullo y la autosuficiencia; es la humildad que tuvo que aprender Pablo precisamente a través de la experiencia del aguijón. El propósito de su espina era prevenir la arrogancia, «para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente» (2 Co. 12:7).

En la práctica, ¿cómo actúa la gracia? En los próximos dos temas vamos a considerar los multiformes tesoros de la gracia en relación con la experiencia del aguijón:

Fortaleza renovada: la gracia da fuerzas
Cambio: la gracia transforma
Madurez: la gracia enseña

Por Dr. Pablo Martínez Vila

Este tema es la primera parte de la serie «La fuerza de la debilidad». La segunda y la tercera parte de la serie aparecerán, D.m., en los próximos meses. Esta serie es una adaptación de un capítulo del último libro de Dr. Pablo Martínez Vila, con el título El Aguijón en la Carne. Este libro ya está disponible en la Tienda Online de Pensamiento Cristiano.

Gentileza: Pensamiento Cristiano.
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