12 de marzo de 2008

LA OFENSA AL ESPIRITU SANTO.


Muchas veces, y esto puede verse sobre todo entre los evangélicos pentecostales, el creyente se ve intimidado y no se atreve observar, ni siquiera a analizar, mucho menos a juzgar, una expresión, una manifestación, un supuesto milagro, por temor en caer en los considerandos expuestos en Mateo 12:31, en el que Jesús expresa que la blasfemia al Espíritu Santo no será perdonada.

¿Qué significa que la blasfemia al Espíritu Santo no será perdonada?
No todos los autores coinciden en una respuesta. Inclusive este es un punto de discenso interdenominacional.

Mathew Henri da a entender que esta expresión debe ser analizada en el contexto histórico que rodeó al incidente de Jesús con los fariseos. Estos, conociendo de manera privilegiada la Ley de Dios, y sabiendo, con plena conciencia, que Jesús obraba por el Espíritu Santo, pues lo veían y lo “estudiaban” de tal manera, que no tenían ninguna razón como para decir que Jesús echaba demonios en nombre de Belcebú. Aún así y por la malévola disposición de sus corazones, insultaron a Jesús, en ese momento hecho carne, y al mismísimo Espíritu Santo que se manifestaba sin dejar el mínimo lugar a dudas. Los fariseos no podían excusarse en la ignorancia o en la búsqueda de la verdad, a partir de la duda. Los fariseos ofendieron al Espíritu con todas las intenciones.

¿Puede darse la blasfemia al Espíritu Santo hoy en día? Jesús dijo que la blasfemia al Espíritu santo no sería perdonada en este siglo ni en el venidero.

Cuando una persona acepta a Jesucristo como su Salvador, y lo invita a entrar a su vida, es inmediatamente sellada por el Espíritu Santo[1]. El término sellado tiene básicamente dos acepciones. Una, traduce la palabra como “marcado” y la otra como “cerrado herméticamente”. También se expresa el momento de la conversión como el “nuevo nacimiento”.

El Dr. Adrián Rogers, destacado pastor bautista de EE.UU. propone que no existe en la Biblia ningún caso ni indicio de alguien que haya nacido físicamente más de una vez, ni tampoco espiritualmente. Esto no significa que la Salvación no se pueda perder, sino que una vez perdida no se puede recuperar. Desde la voluntad de Dios, la Salvación se da de una vez y para siempre. “Nada nos puede apartar de Dios”[2], “las dádivas del Señor son irrevocables”[3]).

Teniendo como base argumental al capítulo 8 de Romanos, y de acuerdo a esta línea doctrinaria, la persona que habiendo testimoniado que nació de nuevo, persiste en una vida pecaminosa, es probable que, en realidad, esta persona haya sido convencida, persuadida, etc. pero NUNCA realmente nacida de nuevo. De haber tenido al Espíritu Santo dentro de su vida, no hubiera persistido en su vida de pecado.

¿Cómo actúa el Espíritu Santo? Él es el Paráclito, el que está a nuestro lado, el que convence de pecado, el que consuela, el que intercede por nosotros ante el Padre. Si el Espíritu Santo hace todo esto por nosotros, y es el que enciende la alarma en la conciencia en caso de que estemos por dar un mal paso, una persona que “va y viene, va y viene”, al punto tal que su comportamiento se identifica claramente con el de un inconverso, mas allá de lo que podría calificarse como “débil en la fe” es porque en realidad, esa persona nunca experimentó el nuevo nacimiento.

Este concepto adquiere importancia, justamente en esos casos, en que la persona peca reiteradamente - “se reconcilia con el Señor” – peca – “se reconcilia nuevamente” – vuelve a pecar – “se reconcilia nuevamente” y así camina por la vida de vereda en vereda. ¡Esa persona tiene que convertirse de una vez por todas! Solo a partir de allí se podrá exigir una vida en Santidad.
Distinto es el caso de un creyente, que por su debilidad cede a la tentación y peca, pero en su corazón está avergonzado, toda vez que su condición esencial no es pecaminosa. Busca el perdón (El paradigma bíblico es David).

La palabra “persona” viene del latín personare que significa máscara. Dios no mira a la persona, a esa máscara visible a los ojos de los demás. Dios mira hacia dentro de la persona, al corazón, es decir aquello que no se ve, las intenciones profundas y verdaderas, solo por él conocidas.
Un ejemplo aplicado a esta línea de pensamiento es la parábola del Hijo pródigo. Todos conocemos la historia: El hijo menor de un padre rico, se marcha de la casa, dilapida su herencia, vive una vida de desenfreno, y al tiempo, luego de “pisar fondo”, retorna a su casa. El Padre lo perdona y hace una fiesta. Lo viste con ropa nueva y le coloca un anillo, símbolo de que es un heredero. Es cierto, pecó, pero él sabía quien seguía siendo su Padre, sabía cual seguía siendo su “apellido”; y el Padre sabía que su hijo seguía siendo su hijo. Extrapolando la idea, podemos afirmar que, el hijo pródigo, a pesar de haberse apartado, no perdió la Salvación.

Un líder de Iglesia me comentó que según su entender, la blasfemia al Espíritu Santo consistía en rechazar el mensaje de Cristo. Otro me dijo que es criticar una supuesta manifestación del Espíritu Santo. ¿?.

Personalmente creo que, en el plan de Dios de Salvación, una vez que fuimos sellados con el Espíritu Santo, este permanece para siempre, de manera que, si realmente fuimos nacidos de nuevo, conservaremos ese status hasta la Gloria.

El problema que Dios tiene con el hombre, desde que lo creó, tiene que ver con que el hombre tiene libre albedrío. El LIBRE ALBEDRÍO es otra dádiva irrevocable de Dios para toda la humanidad. Es una Ley Superior, determinada desde la Creación del hombre. La Palabra irrevocable de Dios, hace que la dádiva del libre albedrío se constituya en un estado vigente mientras exista la humanidad.

Creo que la ofensa contra el Espíritu Santo puede darse cuando un Hijo de Dios, que ha nacido de nuevo, que ha sido sellado con el Espíritu, haciendo uso de su libre albedrío “echa”, “expulsa”, “despide” o “abandona” al Espíritu Santo de su vida. Es el sujeto que habiendo disfrutado de la Gracia, la desprecia, dando así testimonio contra el Espíritu Santo. Es decir que con plena conciencia, elige el pecado. Solo bajo estas condiciones, de opción por el pecado, con plena conciencia y con una actitud manifiesta de desprecio a la Salvación, es posible perderla.

Aquí cabe entonces aplicar lo dicho en Mateo capítulo 12: “(…) Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando llega, la halla desocupada, barrida y adornada. Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero”.

Si bien algunos autores comentan que estos versículos se refieren a la liberación, y reposición demoníaca, sin necesariamente mediar conversión, cabe señalar que este texto está dado en el contexto de lo dicho por Jesús acerca de la ofensa al Espíritu Santo y se repite casi de la misma manera en San Marcos y San Lucas. Sería posible deducir que el que ofende al Espíritu Santo, no solo pierde la Salvación para siempre, sino que es inmediatamente poseído por Satanás.

El pecado por si solo no tiene entidad suficiente como para ocasionar la pérdida de la Salvación. De otra manera ninguna persona podría ser salva. Jesucristo nos justificó de una vez y para siempre. De ahí que uno de los ejes principales de la doctrina protestante, la justificación por medio de la Fe[4], implique entre otras cosas, la prescindencia absoluta de los “confesionarios”, tal cual la usanza del rito católico romano.
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Fuente: El ojo Protestante.
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