Las visiones y misiones en sus inicios se sustentan con Dios mismo y su Espíritu Santo. Pero, .....
8 de febrero de 2020
EVIDENCIAS DE QUE LA BIBLIA, ES PALABRA DE DIOS.
Los cristianos creemos que la
Biblia es de origen divino, es decir, que está inspirada por Dios a pesar de
que fue escrita por seres humanos. Sin embargo, las críticas modernas han
puesto en duda esta aseveración tradicional del cristianismo y han llegado a
negar que realmente sea la Palabra divina, o que Jesús realizara milagros y
resucitara de entre los muertos. Incluso se ha llegado a decir que fue
enterrado tan superficialmente que los perros lo desenterraron pronto para
comerse sus huesos y por eso no quedó ningún rastro de su cadáver.[1]
De la misma manera, el famoso
zoólogo y etólogo británico, Richard Dawkins, -conocido por su furibundo
ateísmo- dice en el libro El espejismo de Dios que la creencia en Dios y en la
Biblia se puede calificar de delirio, o de locura, y que cuando una persona
sufre delirios se dice que está loca. Sin embargo, cuando mucha gente sufre
delirios, se le llama religión.[2]
Sin embargo, el apóstol Pablo
escribe: Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de
Dios, porque para él son una locura; y tampoco las puede entender, porque
tienen que discernirse espiritualmente. (1ª Co. 2:14). ¿Quién tiene razón,
Richard Dawkins o el apóstol Pablo? ¿Podemos confiar en la Biblia o quizás
corremos el peligro de volvernos locos? ¿Cómo podemos saber que la Biblia es
realmente la Palabra de Dios y no una colección de mitos y fábulas inventadas
por los hombres?
Las evidencias existentes en
favor de que las Escrituras son realmente la Palabra de Dios al ser humano
pueden dividirse en dos grandes grupos. Las externas a la propia Biblia y
aquellas otras evidencias internas que se desprenden del texto bíblico.
La Biblia no es un libro de historia,
pero las múltiples historias que cuenta son verídicas. Esta afirmación tiene sus
defensores, sobre todo entre los creyentes, y también sus detractores, entre
los escépticos. No obstante, es innegable que la Biblia proporciona diversos
aspectos de la historia de la humanidad, como la historia de la teología (la
relación entre Dios y los creyentes, tanto judíos como cristianos); historia
política en la que se relatan listados de reyes, profetas y grandes hombres y
mujeres de Dios que fueron usados según sus divinos propósitos; historia
narrativa o cronología de los acontecimientos que ocurrieron; historia
intelectual o desarrollo de las ideas humanas, así como de la evolución del
pensamiento en cada contexto; historia social que se refiere a instituciones
humanas como las familias, los clanes, las tribus, las clases sociales y los Estados;
historia cultural que apunta a la demografía, las estructuras socio-económicas
o la etnicidad; historia de la tecnología, en la que se describen las técnicas
usadas por los distintos grupos humanos para explotar y utilizar los recursos
naturales e incluso historia natural que refleja el conocimiento antiguo de las
especies biológicas y los ambientes ecológicos, así como la adaptación del ser
humano a ellos.[3] Por tanto, en la Biblia hay historia verdadera que no debe
confundirse con ningún mito o leyenda inventada por los hombres.
Se puede afirmar que las
Sagradas Escrituras son el texto antiguo transmitido con mayor exactitud de
toda la historia de la humanidad.Tal como escribió el profesor de arqueología,
G. Ernest Wright, “la fe fue transmitida mediante un relato histórico, y es
preciso tomar en serio la historia para comprender la fe bíblica, la cual
afirma rotundamente el significado de la historia.”[4]
Como es sabido, los testigos
de los acontecimientos son fundamentales para los relatos históricos. Las
historias que cuenta la Biblia se basan mayoritariamente en el relato de
testigos oculares. Por ejemplo, Moisés estuvo presente cuando se dividió el Mar
Rojo. Josué estaba allí cuando los muros de Jericó se derrumbaron. Los
discípulos de Jesús permanecían sentados en una habitación cuando vieron a
Jesús resucitado y algunos escribieron lo que sucedió para que nosotros podamos
leerlo hoy. Mateo estuvo allí, lo vio y lo escribió en su evangelio. Juan
estuvo presente y también lo escribió. Pedro también lo vio y se lo contó al
evangelista Marcos, quien lo redactó fielmente. Por último, Lucas habló con
ellos, así como con la madre de Jesús y otros testigos directos de lo que había
pasado, redactando después su evangelio y el libro de los Hechos de los Apóstoles.
De manera que los redactores bíblicos fueron testigos presenciales, o bien
hablaron con personas que vieron con sus propios ojos aquellos acontecimientos,
y posteriormente los pusieron por escrito.
La Biblia fue transcrita con
extremo cuidado. Tanto los profetas como aquellos copistas posteriores que
pusieron por escrito sus palabras tenían absolutamente prohibido añadir o
quitar nada del texto bíblico. Dios mismo había dicho: No añadiréis a la
palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los
mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordeno (Dt. 4:2; confrontar con
Dt. 18:18; Jer. 26:2; Ex. 4:30). De manera que los escribas eran muy
conscientes de la gran responsabilidad que tenían delante de Dios y concebían
su trabajo de copistas como un acto de alabanza al Altísimo. Por tanto, jamás
habrían disimulado un error de transcripción, una equivocación ortográfica o
una tachadura, precisamente porque estaban alabando a Dios.
Los escribas copiaban los
pergaminos letra por letra y no palabra por palabra como hacemos nosotros hoy.
Ellos sabían el número exacto de letras que había en cada libro. Por ejemplo,
sabían que ese libro tenía 1653 letras “m” (o la mem en hebreo). Pues bien, si
al acabarlo contaban 1654 (es decir, una más) destruían todo el libro y
empezaban de nuevo. Eran tan meticulosos que sabían cuál era la letra central
de todo el Pentateuco. Y después de copiarlo iban a dicha letra de en medio y
contaban las letras hacia delante y hacia atrás. Si no salía el número debido,
tiraban toda la copia y volvían a empezar.
Un ejemplo de semejante
precisión se pudo comprobar a propósito de los famosos Manuscritos del Mar
Muerto, descubiertos accidentalmente por pastores beduinos en Qumrán en el año
1946, y que fueron escritos entre los años 250 a. C. y 66 d. C. (aunque para
los cálculos que siguen tomaremos la media de tales fechas, aproximadamente
unos 100 años a. C.). Estos rollos contienen copias de casi todos los libros
del Antiguo Testamento, excepto del libro de Ester. Ahora bien, cuando fueron
encontrados, las copias más antiguas que se tenían de muchos libros del A.T.
eran muy posteriores, ya que databan de 900 años después de Cristo (eran, por
tanto, del siglo X d.C.). De manera que entre las copias más antiguas que se
poseían y los Manuscritos del Mar Muerto había una diferencia aproximada, nada
más y nada menos, que de 1.000 años. Los Manuscritos del Mar Muerto eran mil
años más antiguos que las últimas copias conocidas a mediados del siglo XX.
¿Qué diferencias o errores se encontraron entre unas copias y otras separadas
por un milenio? Algunos empezaron a especular acerca del tanto por ciento de
errores que podían haber cometido los copistas. ¿Quizás un 25% de diferencias?
¿Habría sólo un 15% o un 10%? Los manuscritos contenían fragmentos de todos los
libros del A.T., con excepción de Ester y apenas había un 5% de diferencias
menores que en ningún caso afectaban al sentido original del texto. Luego, esa
exactitud nos habla de la precisión con la que la Biblia fue transmitida.
Se puede afirmar que las
Sagradas Escrituras son el texto antiguo transmitido con mayor exactitud de
toda la historia de la humanidad. Ningún otro libro posee tantos manuscritos
copiados con tanta fidelidad. Cuando éstos se comparan con los de otras obras
históricas famosas es fácil comprobar la tremenda diferencia existente. Por
ejemplo, en el caso del filósofo griego Platón, se conocen 7 manuscritos de sus
obras; 8 de las de Tucídides; 8 también de Herodoto; 10 de las Guerras Gálicas
de César y 20 de Tácito. De quienes más manuscritos se conservan es del
político ateniense, Demóstenes, y del poeta griego, Homero, que en total llegan
a unos cientos de copias. Sin embargo, de la Biblia se poseen más de 11.000
manuscritos copiados con gran fidelidad.[5]
El doctor Norman L. Geisler
dice que: “Los estudios comparativos revelan una fidelidad textual del 95%. Hay
algunas variantes menores que, en su mayoría, son errores de escritura u
ortografía. En toda la copia de Isaías de los Rollos del Mar Muerto, se encontraron
sólo trece pequeños cambios, ocho de los cuales ya se conocían de otras fuentes
antiguas. Luego de 1000 años de copiar el texto, ¡no se hallaron cambios de
importancia y casi ninguno en la redacción!”.[6]
Todo esto significa que la
abundancia de manuscritos bíblicos, su gran antigüedad así como su exactitud
son muy superiores a las de las mejores obras clásicas de la literatura
universal. Por lo que podemos estar seguros de que el mensaje de las Escrituras
no ha sido adulterado a lo largo de los siglos -como pregonan algunos- sino que
es el fiel reflejo de aquellas mismas ideas que escribieron los profetas y los
apóstoles. Seguiremos tratando estos asuntos sobre la singularidad de la
Biblia.
Notas:
[1] Ostling, R. N. 1994,
“Jesus Christ, Plain and Simple”, Time, 10 de enero, 1994, pp. 32-33 (citado en
Zacharias, R. y Geisler, N., 2007, ¿Quién creó a Dios?, Vida, p. 277).
[2] Dawkins, R. 2015, El
espejismo de Dios, Espasa, Barcelona, p. 28.
[3] Dever, W. G. 2008, Did God
Have a Wife?: Archaeology and Folk Religion in Ancient Israel, Wm. B. Eerdmans
Publishing Company, Grand Rapids, Michigan.
[4] Wright, G. E. 1975,
Arqueología bíblica, Cristiandad, Madrid, p. 25.
[5] Geisler, N. L. “La
fidelidad de las copias de la Biblia a través de los siglos”, en Biblia de
Estudio de Apologética, Holman, Tennessee, p. 448.
[6] Ibid.
Gentileza: Evangélico Digital.
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