Las visiones y misiones en sus inicios se sustentan con Dios mismo y su Espíritu Santo. Pero, .....
7 de septiembre de 2012
Cómo nace y crece un predicador.
En esta época, cuando la mentalidad capitalista también ha
subido a los púlpitos y los predicadores se cotizan por la fama que reciben,
resulta trascendental identificar todos estos reconocimientos como
manifestaciones de la vanidad.
¿Cómo se dio cuenta de
que tenía el don de la predicación? Mi experiencia fue bastante inusual,
primero, porque yo nací en un hogar cristiano y, por lo tanto, estaba fascinado
de la Biblia. Mi abuelo leía la Biblia y después me contaba las historias. Así
como los jovencitos de hoy adoptan por héroes a Superman o Spiderman, para mí
los héroes eran Sansón, David y Moisés. En ese tiempo, siempre quise saber cómo
se obtenía de ese libro el misterio de la historia y entonces, obligué a mis
padres a que me enseñaran a leer la Biblia. A los cinco años ya leía la Biblia
de corrido y me encantaba escuchar a los predicadores que, en aquel tiempo,
eran aún jóvenes, como don Raúl Caballero Yoccou. A los ocho años, en mi Nuevo
Testamento, diseñé mi primer bosquejo de sermón. Lo predicaba solo.
Muchos años después, sin que nadie lo supiera, retomé ese
bosquejo, lo prediqué y, entonces, descubrí que ¡funcionaba!
¿Cómo ha cambiado su estilo a lo largo de los años?¡Ha
cambiado muchísimo! Los primeros sermones que prediqué los preparaba muy
rápido. ¡En tres o cuatro horas elaboraba un sermón que, seguramente, quedaba
en la mente de la gente no más de cinco minutos! Ahora la preparación es mucho
más intensa y seria — no quiero hablar de la preparación espiritual porque eso
pertenece a la intimidad del predicador. Creo que debemos cultivar ciertos
pudores espirituales, pero esta preparación es una lucha con Dios como la que
tuvo Jacob con el ángel. El propósito de este proceso es llegar a la síntesis
del texto, quebrando las ideas propias para que prevalezcan los conceptos de
Dios. Mi predicación ha variado porque mi propia experiencia ha cambiado. Me he
enriquecido, a lo largo de treinta años de ministerio, con muchas vivencias, y
esto me ha ayudado a mejorar mi comunicación con el hombre de hoy. Para mí es
fundamental estar inserto en la realidad social del día pues no se puede ser un
hombre de la Biblia solamente, sino también un ser de la cultura en la cual se
vive. He dedicado mucho tiempo a tratar de entender la problemática del ser
humano en nuestros tiempos y, por lo tanto, trato de apuntar a ese hombre real.
¿Cuál es el «Talón de Aquiles» de un predicador? Considero
que es querer ganar fama como predicador, creer que todo lo sabe y por eso debe
ser famoso. Creo que allí comienza la vanidad y el orgullo y esos sentimientos
destruyen al predicador. Por supuesto —todos lo sabemos— hay otros pecados que
pueden surgir, pero el principal problema por combatir es el de la vanidad.El
pueblo de Dios al cual alimenta el predicador siempre comenta sobre la predicación.
Muchas veces son comentarios positivos. Alguien alguna vez me dijo, en mi paso
por el Instituto Bíblico, que estos son «balidos de ovejas» y nunca hay que
escucharlos. A veces, la gente está disconforme porque uno ha golpeado duro
sobre su vida y otras, aplauden. El buen predicador no obedecer a ninguna de
esas dos reacciones. El peligro constante, sin embargo, está en cualquier
estímulo que consiga alimentar la vanidad del hombre o mujer de Dios. En esta
época, cuando la mentalidad capitalista también ha subido a los púlpitos y los
predicadores se cotizan por la fama que reciben o la cantidad de miembros de
sus iglesias, resulta trascendental identificar todos estos reconocimientos
como manifestaciones de lavanidad.
El autor ha pastoreado durante varias décadas una
congregación en Buenos Aires, Argentina. Es presidente de Sociedad Bíblica
Argentina, autor de siete libros y un reconocido expositor de la Palabra de
Dios, la cual frecuentemente expone en diferentes países de Latinoamérica y en
los EE.UU. Está casado y tiene dos hijos varones.
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por Salvador Dellutri - Gentileza Desarrollo Cristiano.
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